viernes, 30 de noviembre de 2012

La pasión del piquetero


El 26 de junio de 2002 no fue un día más en la historia argentina. Una decisión política tomada en las más altas esferas del Poder se tradujo en una feroz represión de las fuerzas de seguridad al corte que organizaciones sociales realizaban en el Puente Pueyrredón. Los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán provocaron la indignación popular en un año donde el hambre, la pobreza y la desocupación imperaban de manera desesperante en nuestra sociedad. “La masacre de Avellaneda”, tal como se la conoció, había sido planificada con cruda precisión y ejecutada con un salvajismo criminal.


 
Vicente Zito Lema, un enorme poeta y periodista, se propuso, como lo señala en el post scriptum de la segunda edición de 2010, “instalar una génesis contestataria de la belleza en su convulsión dialéctica”. Esos hechos y la perspectiva de aunar una cuestión histórica con una cuestión estética lo llevaron a escribir “La Pasión del Piquetero (¡Hay que matar a los pobres!)”, una expresión literaria que se enmarca en lo que el autor denomina Antropología Teatral Poética.

Partiendo de la legitimidad y la urgencia del arte frente a las masacres del Poder, Zito Lema se inspirará en la escena de la ejecución de Darío para montar una obra donde verdugo y bufones exhiben un lenguaje tan burlón como repugnante, y donde las víctimas – a través del coro – dejan expuesta su dignidad ante cualquier circunstancia que procura atropellarla.

“¡Qué sería de un mundo donde la lluvia le discute a las nubes!” plantea en la cuarta escena el verdugo. La rebeldía generalizada en aquellos días de sangre, sudor y lágrimas exhibía desafíos muy grandes para el Poder que buscaba reconstituirse tan sólo 6 meses después de una de sus crisis de legitimidad más intensas. Los reclamos no cesaban, el pueblo en sus distintas variantes se movilizaba y la calle era el terreno natural de una protesta interminable. Aquellas nubes piqueteras encendían la alerta entre los que tomaban las decisiones (aunque nadie los había elegido como tal) respecto al momento y la fuerza en que la lluvia debía llover. No había más lugar para cuestionamientos, para que el orden del sistema se viera alterado. Las nubes debían ocupar su lugar: ser simplemente el lugar por donde el agua cae y ubicarse en ese rol inamovible por los siglos de los siglos.

En ese mundo patas para arriba, la lluvia decidió que era tiempo de cortar de cuajo con la insolencia de las nubes. Y tronó. El verdugo, ese que ejecuta obedientemente las órdenes del Poder, lo expone bien claro: “tenía que cumplir la orden. El escarmiento. No se puede escarmentar a todos… Buscaba un cabecilla. Lo fuera o no, ya lo tenía marcado…”. Darío, uno más entre tantos otros, pero no cualquier otro. El que luego sería símbolo, el que en ese momento ejemplificó en su figura toda la dignidad de una sociedad hambreada y con perspectivas de cambio.

Con un gesto que pedía clemencia, con esa mirada fija en los ojos de sus victimarios, Darío quedó definitivamente atrapado: no habría clemencia y la cabeza se debía tener gacha. “Él mismo se había puesto la cruz sobre la espalda”, nos trasmite con descaro el personaje del verdugo, mientras los bufones festejan la afirmación, de reminiscencias cristianas.

El libro de Zito Lema, además de la descarnada puesta en escena de los aberrantes crímenes, tiene otros elementos que lo vuelven una obra imprescindible para rememorar esos hechos desde un lugar diferente, con crudeza pero con un sentir literario que ennoblece los valores de dos luchadores sociales que dieron su vida por lo que creyeron justo. Desde las “poéticas de la desesperación” (uno de los textos complementarios al núcleo central) hasta los testimonios de Alberto Santillán, el padre de Darío, y Mara y Julieta Kosteki, las hermanas de Maxi; todo coadyuva a darle un carácter multidimensional, con las letras como fondo ineludible, a un suceso trágico de la historia argentina reciente, clave para entender ciertas políticas de la última década.

martes, 28 de febrero de 2012

Papeles en el viento


El fútbol es el deporte más hermoso del mundo. Y además puede ser una excelente excusa para contar una historia que nos atrape, que nos haga vivenciarla desde las entrañas, como si fuera nuestra, como si estuviéramos ahí protagonizándola. Sin embargo, por más que parece sencillo enunciarlo, no es algo que muchos sean capaces de hacer. Por suerte, existe Eduardo Sacheri quien es uno de los pocos que posee esa envidiable capacidad. Con su última novela, "Papeles en el viento", lo volvemos a disfrutar en todo su esplendor.

Cuatro amigos: el Ruso, Mauricio, Fernando y el Mono. Los dos últimos, además, hermanos de sangre. Toda una vida juntos, desde una infancia plagada de aventuras y deseos comunes hasta una adultez donde los caminos se diversificaron pero las mismas boludeces que los hacían reír y emocionar 30 años atrás persisten en cada encuentro, en cada mirada cómplice. El conflicto: la enfermedad de uno de ellos que lo lleva rápidamente a la muerte. Un negocio aparentemente frustrado que inició éste con una suculenta indemnización que los compromete a una heroica remontada a los otros tres con el objetivo de brindarle una mejor calidad de vida a la hija del susodicho. Enorme desafío que expondrá a cada una de las patas del tridente en todas sus facetas, las más virtuosas y las más críticas. En el medio, como un repiqueteo permanente, la pasión por la pelota. Y de manera más precisa, por el Rojo.

El Mono adolescente tiene un deseo de muchos, aunque sostenido en un talento reconocido: ser jugador de fútbol de Primera. Como muchos, no llega. Esa desazón que le perdurará hasta el último de sus días la reconvierte en una vida normal, aunque exitosa dentro de ciertos parámetros. Se pone a estudiar Ingeniería en Sistemas y hace carrera, pegando buenos laburos y sin tener privaciones. Se engancha con una tal Lourdes, esa mujer que se le convirtió en una obsesión según los amigos, "un poco porque le entusiasmaban los proyectos imposibles y otro poco porque, como a casi todos los hombres, le fastidiaba mucho que le dijeran que no". Tiene una hija, su máxima alegría. Pero su relación de pareja es un fiasco y la separación no tarda en llegar. En el trabajo, le ofrecen un ascenso muy tentador, pero que le exige viajar y viajar. Ya ve poco a la nena, decir que sí implicaría verla aún menos y a "la yegua de Lourdes" volviendo cada vez más restringidas sus visitas. Dice que no, lo que suena a locura en el fondo. Sin embargo, la indemnización que le dan - intrigados por una determinación tan extraña - es un billete más que suculento. En la decisión respecto al qué hacer con el dinero, el fútbol - ese primer amor - regresa. No como en sus sueños de niño, pero regresa.

Encuentra a un viejo conocido, ex representante de jugadores que supo conocer la gloria y, después de una serie de decisiones equivocadas, se encuentra poco más que en la ruina. Pero sabe y todavía se supone que tiene un ojo clínico para detectar talentos. ¡El Mono quiere invertir la guita en un futbolista! Y Salvatierra le recomienda a un pichón de crack. El asunto no puede fallar.

Pero falla y el Mono ya no está para intentar encauzar ese barco que se hundió más que el Titanic. Sus dos amigos de fierro y su hermano se pondrán a la cabeza de un plan que podría definirse de la siguiente manera: cómo hacer que el tipo por el que el Mono invirtió una fortuna y que ni siquiera se quedó en pichón, sino que retrocedió incluso varios escalones, vuelva a valer el dinero que lo pagaron, como mínimo. Una misión que tiene el signo de la epopeya.

Sacheri presenta el relato en un doble tiempo. Intercala los capítulos en donde Fernando, Mauricio y el entrañable Ruso ("para el Ruso, cuando cuenta, es más importante la forma que el fondo") llevan a cabo cada paso en la búsqueda del objetivo (vale mencionar las interesantes vueltas de tuerca que acentúan el atractivo de la novela), con escenas entre los 4, cuando el Mono aún estaba vivo, realizaba los tratamientos correspondientes y reflexionaba sobre lo que le estaba pasando a pura metáfora futbolística. Cuando eran pibes, una instancia donde una buena parte de la identidad varonil está atravesada por las simpatías por el balón, Independiente arrasaba, salía campeón cada dos por tres y era el orgullo nacional, lo que los ponía a ellos en un lugar de alegría permanente. Hoy, varios años después, él se moría y el Rojo era cada vez más decadente, le costaba ganarle aún a los más débiles y los triunfos gloriosos se contaban en cuentagotas. Aunque sus amigos intentan explicarle, como para no amargarlo más, que eso no es así, que está exagerando, la enorme convicción de un Mono agonizante termina por doblegarlos y a regañadientes, aceptan sus argumentos.

El dolor de ya no ser mezclada con la esperanza. Como en el fútbol, como en la vida misma, los papeles muchas veces se pierden en el viento. "Vos te perdes pero no te das cuenta de que te perdes. Avanzas, avanzas, creyendote que la tenes mas o menos clara, hasta que llega un punto en que te paras y decis 'me perdí, no tengo ni la más puta idea de donde estoy metido'", dirá uno de los personajes cuando las cosas no salgan, cuando todo parezca sin solución. Y mientras los papeles vuelan y se despliegan en varias direcciones, aparecerán la improvisación y la sorpresa, esas que invitan a ilusionarse, esas que invitan a soñar. Esas que Sacheri entrega con precisión a un lector dispuesto a acompañarlo hasta que el punto final aparezca y su firma cierre la historia.  

martes, 22 de noviembre de 2011

La venganza del cordero atado


Quizás arranquemos con un lugar común. En el medio de la oscuridad más insondable, un pibe encontró la luz que lo ilumina hasta hoy en día. Suena místico, "victorsueiriano", pero no está tan alejado de la realidad. Entre cuatro paredes, traslados, palazos que no sólo duelen fisícamente sino que atraviesan el alma y un desesperante anhelo de libertad, Camilo Blajaquis (César González para el Registro Nacional de las Personas) construyó un compendio poético tan desgarrador como esperanzado, que se le ríe en la cara a la sumisión carcelaria, mientras despliega unas alas literarias que nada tienen que envidiarle a grandes plumas del género.

Con una estética ricotera que nace en el título y en la ilustración de Rocambole y que se prolonga en las exquisitas estrofas de cada poema, Blajaquis sale a gritarle al mundo su verdad detrás de los barrotes. Porque aunque uno lo supone aislado del afuera, más allá del vínculo con las visitas, una tremenda lucidez le permite no sólo describir ese exterior que desea más que nada (aún con las celdas que allí también encontrará) sino desnudar a esos que están libres.

Tres partes son las que dividen el libro publicado por Ediciones Continente en mayo de 2010 (una segunda edición se lanzó este año) y prologado por el último secretario general del PRT-ERP Luis Mattini: Poesías sin candados (esquizofrenia poética), Insomnios (relatos de ansiedades) y Mutando el devenir (reciclados berretines desde la sombra). El click de la escritura, como Camilo lo denomina, se da en su etapa de año y medio en el Instituto Agote (entre mediados de 2007 y fines de 2008) y atraviesa una "durísima experimentación corporal del dolor" en el penal de Ezeiza, el "perfeccionamiento de una ansiedad nueva" en Marcos Paz y el susto "ante la cercanía del aire fresco de la libertad" en su paso por la residencia penal de régimen abierto El Sánchez Picado que finaliza a principios de 2010.

La declaración de principios de Blajaquis la encontramos hacia el final en un poema titulado "Buzones". Allí, el entonces presidiario se planta ante una realidad adversa y dispara: "Podría ansiar matarlos, pero prefiero escribir". Con ese planteo estructurante el autor le dedica líneas a la pureza de los niños - "no aprendieron la enfermedad de ser adulto ni a transformar la vida en una cifra" -, a la naturaleza - "la lluvia es el momento en que el cielo y la tierra tienen un orgasmo" -, a la religión - "en mi celda no entra Dios, ese tipo es muy raro, alguien que prohíbe tanto para mí no es atractivo" -, al amor - "la verdadera consecuencia que trae el amor es despedazar la venda de nuestros ojos" - y a la verdadera prisión - "no hay peor cárcel que la mirada del otro".

Por otra parte, no es únicamente en Patricio Rey donde Blajaquis encuentra su inspiración. Friedrich Nietzsche, Gilles Deleuze o Baruch Spinoza son autores reverenciales que están muy presentes en la poesía del sorprendente crédito local. En las reflexiones sobre el tiempo, sobre los problemas que aquejan a nuestra sociedad actual, sobre Dios nada más ni nada menos (un punto que resalta de modo sobresaliente) o sobre los sueños "de los que se asustan hasta mis propios sueños" se vislumbran esas lecturas que Camilo no sólo deja entrever, sino que explicita con citas precisas en diferentes poemas.

El otro gran aporte a la literatura de Blajaquis es militante, viene dado por la política, esa que no se ejerce detrás de un escritorio, sino en el día a día, en las batallas y prácticas cotidianas. Que Mattini lo prologue no es casual. Si en lugar de matar a los verdugos, el poeta elige escribir, nada mejor que la opción por alguien que sufrió a los verdugos (aunque personalmente los haya eludido) y pudo vivir para contar una historia trágica de expectativas frustradas pero de cuyo aprendizaje tomarán nota las generaciones futuras, a las que Mattini les escribió en su "Hombres y mujeres del PRT-ERP", entre otros libros significativos de aquellas épocas. 

"Mañana soleada: lo más duro es ser muro, lo más bello es saltarlo". Sólo alguien que tropezó tanto con esas paredes gigantes que lo devolvían hacia un adentro perverso y desahuciado, puede tener noción de la belleza de ese salto. Los que, sin conocerlo, lo esperábamos afuera, le agradecemos por haberlo logrado. 

domingo, 13 de noviembre de 2011

¿Por qué somos un desastre?


Una nueva decepción para la Selección argentina. Ya son muchas. Demasiadas. Hace un par de años nos habíamos "acostumbrado" a que el fracaso era en el Mundial: Rumania, Holanda, Suecia, Inglaterra, Alemania eran los nombres que aparecían a la hora de recordar broncas y tristezas. Las Eliminatorias, desde que se inició el nuevo formato de cara a Francia 98, fueron trámites - largos, pero trámites al fin - que desembocaron en clasificaciones anticipadas tanto en el 98, como en 2002 y 2006. En la última sudamos, pero ni siquiera llegamos a repechaje, vale aclararlo. Y si uno rememora los desenlaces en Copa América, es necesario decir que en el 95, en el 97, en 2004 y en 2007 nos limpió Brasil. La última contra Uruguay - un Uruguay que está más cerca de la gloria de los primeros tiempos que de lo que conocimos en las décadas recientes - se ubica en esa misma línea.

Es decir, derrota tras derrota pero contra rivales en un mismo plano que nosotros (podríamos dejar afuera a Rumania y a Suecia, aunque fueron circunstancias puntuales). Cuando teníamos que dar la talla para elevarnos a un plano superior, no la dábamos. Pero ahora nos gana o empata cualquiera, el cachetazo es continuo y asumimos tanto el dolor, que ya parece que ni nos duele. Debería porque es la única forma de que demos vuelta una página tremendamente oscura para nuestro fútbol.

Argentina es un desastre por muchos motivos. Enumeremos:

1) Julio Grondona. Treinta y dos años al mando de un barco que, a esta altura, arroja agua por todas partes y si aún no atravesó el iceberg para hundirse, está muy cerca. Volteretas inexplicables y una mirada de la Selección que a diferencia de otros momentos en su historia la asemeja a la política de los clubes cuando son dos cosas distintas. No debería ser necesario esperar a que salga con las patas para adelante. El que ya está así es el conjunto albiceleste.

2) Técnicos con manuales muy distintos que se van rotando en un puesto que se volvió una silla eléctrica. De Basile y el "equipo de memoria" con amor a Riquelme al Diego y una anarquía que podía desembocar en horrores o en desmesuradas expectativas de gloria. Del Diego a un don nadie, el Checho Batista, cuya principal virtud (y a la larga, condena) fue soñar con un equipo estilo Barcelona. Del barbudo a un entrenador que prioriza el orden defensivo por encima de la creación, más allá de que no la menosprecia. Así se pierde la idea de "la nuestra", si es que alguna vez existió.

3) Podrían estar en el puesto 1, pero el Jefe no se lo merecía: los players. Señoras y señores, hay jugadores que son malos (y eso va a estar en el punto que viene), pero hay otros a los que les pesa la camiseta. En la última, los exponentes fueron Pastore y Ricky Alvarez pero sobran los ejemplos. El pibe Rojo con Venezuela, Di María en algunos momentos... En ese sentido, el aplauso a Clemente Rodríguez es un mensaje. Además de ser crack o muy bueno en tu club, tenes que poner huevo. Cuestión esencial, pero hay muchachos que no la entienden.

4) El mito del equipazo. Basta de plantear que tenemos grandes jugadores. Salvo el mejor del mundo y otro par de delanteros de excelencia (Higuaín y Aguero), gran parte del resto es de medio pelo. Ya lo hemos comentado en otro post pero nuestros laterales y centrales están muy flojos y la defensa es algo que se entrena para llegar a un decente nivel. La pregunta preocupante es: ¿cuántos otros hay? Y así podríamos seguir por otros puestos. Hoy Argentina, pese a una imagen distorsionada, no tiene players como para sentirse en la primera línea del fobal mundial. Y no empecemos a boquear por Tevez y por Román...

Teniendo el diagnóstico (coincidente con muchos), la pregunta clave es ¿qué hacer? Primero, limpiar la anquilosada dirigencia que maneja la estructura del fútbol argentino; luego, contratar técnicos ultra-ganadores que tengan espalda para bancarse las malas y que la gente les crea (en mayor o menor medida) cuando hablan: Bianchi, Ramón, el Tolo son los primeros nombres que surgen. O invertir una millonada en Guardiola, je. Tercero, definir un grupo más o menos estable, tratar de tener más ensayos aunque sea en Europa y siempre dejar un hueco para convocar por actualidades rutilantes sabiendo que de 12 a 15 players deberían ser fija. Hoy parecería no haber muchas dudas sobre los nombres que hay (a lo sumo 2 o 3 se pueden diferir), por eso preocupa seriamente. Y último, que los jugadores se convenzan de la importancia de vestir la camiseta de la Selección. El compromiso no es venir solamente, es romperla. ¿Quién quiere ver a Lío con esa cara?

Y un poco de humildad para admitir que ya no somos lo que alguna vez fuimos...

sábado, 15 de octubre de 2011

Dos fechas y algunas proyecciones


Ciento ochenta minutos. El tiempo que transcurrió entre el comienzo del largo camino a Brasil 2014 y la finalización de su segundo paso. Ninguno de los equipos que jugaron los dos encuentros sumaron la totalidad de los puntos. Sólo uno perdió ambos partidos. Los únicos que pueden festejar un 100% de efectividad son Colombia y Ecuadoir, ambos con fecha libre en la primera y segunda jornada respectivamente. Nada que acá no vislumbráramos: las Eliminatorias sudamericanas van a ser muy pero muy parejas y disputadas. Eso sí, a no alarmarse y a desglosar aciertos, errores y proyecciones que sirvan para visualizar un futuro más promisorio.

Argentina perdió con Venezuela por primera vez en la historia tras 18 victorias consecutivas. La inmediata asociación a ese hecho es verguenza, quizás indignación. Pero hay otra lectura independientemente del mal planteo sabellista (retorno de un flojísimo Demichelis, un Rojo incomprensible, doble 5 con Di María, pésimo Sosa, entre otras cosas): esta caída iba a llegar más temprano que tarde por la evolución del fútbol venezolano y el estancamiento de la Selección albiceleste. Y llegó nomás, aunque nos duela. Ya hace rato sabemos que no somos los mejores, que no nos comemos los chicos crudos, que somos uno más con algunos grandes talentos desperdigados (incluso el mejor de ellos) pero sin una noción de equipo, vital para el éxito en cualquier competencia. Ese grado de conciencia evita la sorpresa y la bronca, impide que pidamos cabezas, pero también que nos pongamos las pilas para salir adelante desde un subsuelo cada vez más profundo.

La goleada frente a Chile ilusionó como todo triunfo contundente, pero tenía raíces débiles: hubo una ratificación del ya conocido poderío ofensivo (aunque fue mucho más efectivo que en otras ocasiones), pero el perfil defensivo siguió siendo tan endeble como, por ejemplo, en la última Copa América. Es decir, lo bueno y lo malo dieron el presente y cuando lo bueno no fuera tan bueno y lo malo siguiera por esa senda, el resultado claramente se inclinaría hacia el empate o la derrota. Así fue el martes, ante un equipo que reservó sus mejores players para dar ese salto de calidad que lo ilusione con una clasificación mundialista inédita.

Retomando la mirada sobre el conjunto, encontramos algunas continuidades con la última Copa y pequeñas sorpresas:

1) Uruguay sigue tan firme como lo demostró en Sudáfrica y en nuestro país y sólo la mala fortuna le impidió un arranque ideal.

2) Colombia está atada a que su histórico espíritu pecho frío se corra a un lado y que la buena calidad de sus jugadores se traduzca en éxitos. El puntapié inicial fue para ilusionarse.

3) Chile debe preocuparse y ocuparse: pésima presentación ante Argentina y una extraña victoria ante Perú, donde la suerte lo acompañó además de que golpeó en los momentos justos. Fue vital el regreso de Medel y cuando esté Alexis Sánchez se terminará de demostrar para qué está.

4) Paraguay es la gran incógnita tras el adiós de Martino. Fija en los últimos 4 Mundiales, hoy parece vivenciar un momento de declive futbolístico donde sólo se mantiene viva la garra y no el talento que le permitió dar el salto. Al salvar las papas con Uruguay, respiró profundo, lo que le permite a Arce pensar con mayor tranquilidad lo que viene. 0 de 6 hubiera sido un golpe duro, sobre todo por la forma anodina en la que cayó con Perú.

5) Ecuador hizo lo que siempre debe hacer en Eliminatorias: ganar en los 2800 metros de altura. Y aunque muchos pensáramos en un batacazo venezolano por contraste de realidades previas, se cumplió lo que sucede en la mayoría de los duelos en la elevada Quito (incluso contra los gigantes Brasil y Argentina): triunfó el local. No jugó en la segunda fecha.

6) Perú se posiciona como un equipo a seguir. La Copa América fue un indicio y el arranque de las Eliminatorias, pese a la caída con Chile, lo ratificó. Un tapado que complejiza el panorama un poco más. Jugó muy bien contra Paraguay y tuvo muy buenos ratos contra los chilenos.

7) Bolivia: el más flojo y ni siquiera pudo ganar en la altura. Es nuestro próximo rival y en lo que habrá que estar atento es en no cometer los errores que condujeron al 0-0 de la Copa América. Habría que ganar gustando y por varios goles.

8) Venezuela: creció y mucho. La estrategia de Farías, ayudada por el mal planteo de Sabella, fue un gol que le permitió la victoria histórica. Tiene sueño mundialista y, aunque cualquiera puede soñar, esta vez tiene con qué.

Así estamos en Sudamérica. Unidos en la faz política y tan pero tan parejos en el plano de la pelotita que parecería un reflejo de esa sincera apuesta a la comunidad continental. La gran ventaja es que el más gigante de todos esta vez no estará presente. Ojalá lo aprovechemos (con creces o no). Con excepciones quizás apuradas, el resto estará soñando con lo mismo.

viernes, 30 de septiembre de 2011

La Tía Julia y el escribidor


Tiene 18 años y hace rato tiene claro qué quiere ser cuando sea grande. Ya lo practica con algunos cuentos cortos que le narra a su amigo Javier, aunque estudia Abogacía para intentar satisfacer a la familia. Lee a los idealizados clásicos que "hay que leer" a pesar de que lo más cercano a un escritor que tiene en esos días de adolescencia limeña es el popular autor de radioteatros Pedro Camacho, un hombre que hace un exagerado culto a la condición de artista y cuyos guiones van degenerando producto de una severa y paulatina conmoción cerebral. La Tía Julia se entrecruza en su camino y lo que aparentaba ser una alocada aventura juvenil se convierte en un sentido amor que lo lleva a desafiar a su familia con obstinada determinación.

Escrita en 1977, "La Tía Julia y el escribidor" es una novela que retrata la transición entre Varguitas y Vargas Llosa, ese notable - y tan polémico - escritor latinoamericano prefigurado en un recorrido vertiginoso que el propio autor nos transmite, a través de una tempestuosa relación amorosa e intrafamiliar que lo hace "crecer de golpe" y con el exquisito condimento de que el escribidor (alguien que formalmente no tiene el significado de escritor con todas las letras) es un personaje antológico, por momentos admirable, por otros siniestro, digno de una rara mezcla de veneración por sus populares efectos en los radioescuchas y lástima por sus condiciones de vida que luego lo arrastrarán hacia un infierno. A la vez constituye, en algunos sentidos, el reflejo estrambótico de ese joven proyecto narrativo que encarna Marito.

La estructura del texto, aunque sostenida en un lenguaje de cierta complejidad, es simple: un capítulo tiene como eje central el vínculo amoroso y otro expone los radioteatros de Pedro Camacho, conectándose ambos a través de la relación que el joven Vargas Llosa establece con el insólito escribidor. Varguitas es el único que tiene acceso a (una mínima parte de) la intimidad que Camacho permite mostrar en aquellos exclusivos ratos en que pone en stand by su obsesivo afán por crear.

En el transcurso de la novela, el lector asume una doble postura: por un lado, sigue las desventuras de Varguitas a la hora de conjugar su sueño literario con la carrera académica en Derecho; a la hora de congeniar un trabajo poco remunerado con las crecientes salidas con la tía Julia; a la hora de buscar los mil y un vericuetos para poder concretar esa locura del casamiento, a la hora sencillamente de crecer. Por otro, se mete en la piel de un radioescucha de la época, sometido a la magia encandilante de Camacho pero también a su profunda degeneración, donde los personajes se mezclan inapropiadamente y las historias se vuelven tan tétricas que la fantasía que su pluma provoca ya no es tal.

Una obra que se puede considerar un pico creativo de Vargas Llosa - casi al final o incluso a un par de años del boom latinoamericano - donde, además de describirnos con lujo de detalles una etapa clave de su propia vida, se involucra de lleno en una linguistica escabrosa que genera esa inolvidable sensación acerca de qué es lo que sigue. Aunque seguramente se le pueda cuestionar que hacia los últimos capítulos se produce un cierto abuso, donde la repetitividad de recursos le gana a la originalidad y a la capacidad de sorprenderse por cuál sería la próxima ocurrencia trágica de Camacho.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Operación Masacre - ¿Periodismo o literatura?

¿Qué es “Operación Masacre”? ¿Una crónica periodística con una notable investigación detrás que sostiene el relato? ¿Una novela que apela a hechos reales pero cuyo ritmo narrativo oscila por los carriles clásicos de ese género literario? ¿O es todo eso y algo más?

En 1957, el escritor y periodista argentino Rodolfo Walsh – desaparecido en la última dictadura militar – logró publicar un libro que haría historia y desnudaría la cara más oscura de la Revolución Libertadora. La ejecución sumaria de una docena de hombres (de los cuales, 5 mueren en esa trágica noche) en un basural de José León Suárez, detenidos poco antes de que el gobierno de Aramburu dictara la Ley Marcial, y el inestimable dato de “el fusilado que vive” unos meses después del fatídico 9 de junio de 1956 serán la excusa perfecta para una deconstrucción minuciosa e infatigable de los sucesos a través de recursos del campo de la literatura y del periodismo. Y la respuesta a la pregunta del inicio: todo eso y algo más. 

Del periodismo (del mejor periodismo) se puede destacar la precisión con que Walsh nos expone los hechos, producto de su notable ejercicio investigativo; su finalidad informativa pero fundamentalmente de denuncia y el uso de la tercera persona en las dos primeras partes – “Las personas” y “Los hechos” – antes de inmiscuirse en los vericuetos judiciales y su confrontación personal – donde el yo es una necesidad para la contundencia con la que debe contrarrestar la mentira y el descrédito – con el jefe de Policía de la provincia de Buenos Aires. 

De la literatura, la relevancia está dada principalmente por la forma en que Walsh elige contar. Nosotros sabemos qué vamos a leer, pero la intriga que el autor genera a través de una decisión estética nos sitúa en una especie de ficción novelesca donde la tensión va in crescendo y lo importante queda para el final. Sin perder la imprescindible distancia de los hechos, el periodista-escritor se involucra con la subjetividad de sus personajes – seres de carne y hueso – y su derrotero político será un fiel reflejo de esa simbiosis sentimental e ideológica. En ese sentido, el aspecto literario se fortalece cuando “descubrimos” lo que ocurrió a partir de los diálogos con aquellas víctimas del odio anti-peronista, con sus pensamientos, sus sentires y pequeños pero significativos detalles de la intimidad en los cuatro instantes centrales de la masacre: 1) la previa y la detención; 2) el fusilamiento en el basural; 3) el escape de los sobrevivientes y 4) la persecución posterior para silenciarlos. 

Un entusiasmado Tom Wolfe en su extraordinario libro acerca del nuevo periodismo norteamericano en los 60’s señaló que el sueño de aquellos impertinentes redactores consistía en “hacer posible un periodismo que… se leyera igual que una novela. Igual que una novela, a ver si ustedes me entienden. Era la más sincera fórmula de homenaje a La Novela y a esos gigantes, los novelistas, desde luego”. Vaya si Walsh lo logra, con creces y un par de años antes que en el Primer Mundo.