La ecuación da: literatura + música + política + fútbol (señalando los tópicos más notables y no necesariamente en un orden determinado). La referencia del título lo mira a Arlt, pero también podría apuntar a un Walsh. A veces no hay sintesis posible.
martes, 31 de mayo de 2011
Un mundo de sensaciones
Como un ritual que se viene repitiendo de un tiempo a esta parte, el sábado se armó juntada de amigos futboleros para ver al increíble Barcelona que insiste en sorprendernos con su indescriptible capacidad de tratar bien al balón.
El partido todos lo vieron y el que no, alguna referencia ya tendrá. Lo que quiero describir en esta efusión de palabras son las sensaciones que el conjunto culé genera en este ser humano, un amante del deporte más hermoso del mundo, aunque algunos insistan en afearlo.
Los ojos circulan a la velocidad de ese toqueteo infernal y productivo que propone el Barcelona. Se encandilan con la paciencia de un Xavi que siempre tiene un segundo más para pensar y hacer lo corrrecto. Se refriegan para tratar de entender cómo Piqué puede ser tan prolijo y hábil siendo el 2 del equipo. Nada de revoleo, pases certeros y hasta alguna osada gambeta al delantero que lo corre. Se posesionan con la precisión indescifrable de Andrés Iniesta, tanto para encontrar el hueco para una asistencia como para encarar suave pero sostenidamente a quien lo quiera marcar. Se conmueven directamente con el hechizo en que se ha convertido Messi en cada oportunidad en la cual acaricia - ¿hay algún otro término posible? - el balón.
El corazón palpita cuando Dani Alves se lanza tan poderoso y altivo a ese ataque masivo de un equipo cuya esencia consiste en atacar. Las pulsaciones se agigantan con un caño o algún lujo entre tanta lujuria desparramada por los verdes céspedes españoles y europeos (también en otros terrenos, pero nos centramos ahí nomás). Aunque a las mujeres quizás les cueste comprenderlo, es lo más parecido a un orgasmo tras una maravillosa noche de sexo. Y no cualquier noche. Es esa donde salió todo a la perfección. (Metafóricamente hablando, claro está)
Las palabras sobran. Más allá de este intento narrativo, la recomendación es la siguiente, ahora que terminó la temporada en Europa: You Tube, videos del Barca, Paradigma Guardiola, o cualquier asunto donde lo blaugrana predomine (no me vengan ni con Cerro Porteño ni con los hipermercadistas de Boedo). A deleitarse que estamos viviendo una hora histórica en lo que a fútbol se refiere. Nuestros hijos y nuestros nietos nos van a preguntar de qué se trataba.
jueves, 19 de mayo de 2011
Ley de Caducidad, o cuándo un Parlamento puede ser vanguardia
Las democracias que supimos conseguir en el continente no se propusieron, de manera generalizada, juzgar a los militares que, a sangre y fuego, habían impuesto apenas años atrás cruentas dictaduras. En algunos casos, las dificultades iniciales provocaron la no insistencia sobre el tema y en otros casos, no hubo siquiera intentos demasiado serios para encerrar a los genocidas. La idea de amnistía, a veces expresada bajo una ley, se instaló en diversas sociedades.
Argentina, con el ejemplar Juicio a las Juntas, fue la excepción a una regla que priorizó la reconstrucción social en base al olvido y una reconciliación desmemoriada. Las patinadas de la Obediencia Debida, el Punto Final y los indultos no pudieron con la fervorosa e intensa movilización social que muchos años después consiguió la inconstitucionalidad de todas esas leyes y decreto. Y los juicios recorren todo el país desde hace varios años como una política de Estado. Con sus deficiencias a cuestas (no es tema de este artículo), pero avanzan. Es innegable.
Nuestro vecino país nos muestra en estos días lo rezagada que, en algunos temas, puede estar una sociedad. Y curiosamente también nos brinda un ejemplo de cómo un núcleo de representantes - legisladores - puede encontrarse un paso adelante. No es una situación muy habitual, por eso vale la pena resaltarla.
¿Cómo evaluar lo que es correcto? ¿Por qué vale más el voto de un pueblo que, por caso, un tratado internacional de derechos humanos? ¿Qué pasa si una sociedad decide expresarse y piensa mayoritariamente que no hay que castigar a los violadores? ¿Hay que aceptar la razón de esa mayoría aunque sea una aberración lo que ese conjunto propugna? ¿O alguien debe poner blanco sobre negro e imponer la interpretación "adecuada" por más que vaya a contramano del colectivo social?
El debate sobre la Ley de Caducidad en Uruguay y su posible anulación abre las preguntas antedichas y origina un sinnúmero de respuestas a esos interrogantes. En la opinión de este cronista, el pueblo uruguayo tuvo la oportunidad de manifestarse en dos oportunidades, separadas por 20 años, y con diferentes márgenes, le dio la espalda a la noción de justicia completa (que significa sencillamente afianzar el simple concepto de justicia). Sin embargo, eso no quita que el Frente Amplio, o más precisamente sus congresales, deben quedarse de brazos cruzados y aceptar ese diagnóstico social. Hay sobrados ejemplos históricos de cómo Parlamentos "aceptaron" los runruneos sociales y los convirtieron en leyes olvidables y regresivas (recuerdo el post-Blumberg en Argentina, por ejemplo).
Los legisladores frenteamplistas del paisito tienen entre sus manos un gran dilema: la tormenta interna que pueda abrirle la puerta a una oposición totalmente desarticulada, al tiempo que "se pelean" con una mayoría social (según las encuestas) que quiere dejar todo tal cual está. Pero por otra parte, su conciencia y evaluación acerca de lo que es correcto puede resignificar la historia de un país que, pese a que su dictadura no se caracterizó por la extrema crueldad de otras, supo tener torturados, desaparecidos y fundamentalmente la ruptura de un orden constitucional que no debió, bajo ningún punto de vista, ser quebrado.
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domingo, 8 de mayo de 2011
¿Al aire libre tampoco?
Miguel Ramírez está gravísimo. Hoy es lo que más importa. Pero las heridas que le provocase una bengala en el último recital de La Renga abren una polémica, que quizás a algunos les parezca estúpida, aunque constituya, en determinado mundillo, un debate irresoluto y ciertamente significativo: el uso de ese elemento pirotécnico en lugares al aire libre. ¿Está bien? ¿Suma a la fiesta en un marco de pocos shows atravesados por la verdadera pasión del fanático? ¿O es una mierda peligrosa que no contribuye en nada a lo único que vale la pena en estos casos, que es la música?
Después de la tragedia de Cromañón, donde una bengala fue protagonista (aunque vale aclarar que, tal como dicen los cánticos, no fue ella la que mató a los 194 pibes), una discusión quedó saldada: "jugar con fuego" en lugares cerrados empezaba a ser parte de la historia. Una historia en la cual la fiesta del rock tenía que tener sí o sí ese condimiento. En un cubículo de 2x2 o en el Monumental.
Sin embargo, en los lugares al aire libre las bengalas siguieron apareciendo y en la mayoría de los casos los músicos cuestionaron su uso, más influenciados por un sentido de memoria que por una convicción sincera sobre el asunto. Recuerdo un show de La Renga en Jesús María en enero de 2006 donde Chizzo antes de "El final es en donde partí" vio, al igual que el resto del público, cómo se encendía una bengala y decidió frenar, retar al muchacho para que la apague y luego continuar. El Indio, en cambio, más allá de cierta postura acomodaticia ante los medios, no cree en el fin de las bengalas en las "misas post-ricoteras" que lo siguen masivamente por diversos rincones de la Argentina.
Precisamente son esos dos emblemas - la banda autogestionada que sigue el camino de Los Redondos y el ex líder "ricotero" - los únicos que hoy generan ese clima de efervescencia, por lo menos en el plano nacional (entre tanta mega.visita de afuera). Ciudades que rebalsan por la presencia de "los mismos de siempre" y "las banderas rojas y negras", estadios o predios siempre a tope y una locura a veces mal entendida que traslada el espíritu "al costado del mundo" noventoso a una época post-neoliberal donde el rock (en términos generales) ha quedado vacío de cualquier discurso de resistencia.
La bengala fue un símbolo de la fiesta, de la comunión entre artista y público en donde cada uno se confundía en el otro. Cuántas veces hemos escuchado el dicho que hablaba de la "futbolización del rock". El "que se vayan todos" del 2001 arrancó mucho antes en esa juventud - las famosas "bandas" a las que hacían referencia Solari y Beilinson - descreída de una institucionalidad política desgranada por la corrupción y las más nefastas prácticas. Ese símbolo quedó en cuestionamiento - quizás exageradamente - por la tragedia de Cromañón. Sin media sombra, sin un tipo que clausuraba con candado las puertas de emergencia, sin las cometas que recibía la yuta y pagaban empresario y manager, sin muchos de esos factores, diciembre de 2004 hubiera sido una fecha más. No estamos aprobando algo que, esencialmente, era incorrecto: el uso de pirotecnia en un lugar cerrado. Sin embargo, el repudio a un objeto puntual no hace más que tapar lo que verdaderamente funcionaba mal: un sistema.
La música siempre es lo más importante. Sin lo que ella transmite, no hay show, no hay magia, no hay fiesta. Nunca fui muy adepto de la patria bengalera, pero reconozco que genera cierta mística (término difícil de definir). Al aire libre la sensación de peligro persiste, aunque lejos está de ocasionar lo que ocasionó el pasado sábado. Lo que ocurrió fue producto de un inadaptado, alguien con un profundo desprecio por la vida del otro. Ni alentar un juego que no es de carmelitas descalzas ni centrar la culpa en un objeto. Se trata de generar consciencia sobre cómo disfrutar con alegría y pasión un evento que sigue siendo mágico: el recital de la banda que te gusta. En ese sentido, la bengala al aire libre, aunque no necesariamente reste, tampoco suma. Ni por asomo.
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