sábado, 12 de marzo de 2011

Memorias del Águila y el Jaguar




Nunca había leído un libro de Isabel Allende. No soy de la línea de los best-seller a pleno, aunque en variadas ocasiones voy a lo que mi mente y mi historia de lector me dictan que es lo seguro, lo que no puede fallar, más allá de las encantadas sorpresas que cada tanto ocurren (un "Abril rojo", de Santiago Roncagliolo es el último ejemplo).

Me prestaron la trilogía de la prestigiosa autora chilena, anunciándome algo así como unas aventuras del estilo "Señor de los Anillos" (muy lejanamente, pero fue como una pequeña asesoría inicial). La edición (De Bolsillo) se compone de tres partes que, pese a tener los mismos protagonistas, no necesariamente se entrelazan entre sí. La primera es "La Ciudad de las Bestias", la segunda "El Reino del Dragón de Oro" y la tercera y última "El Bosque de los Pigmeos".

En líneas generales, la pluma de la escritora provoca una dinámica atrapante para retratar las andanzas de Alexander Cold y Nadia Santos (Jaguar y Águila, tras descubrir sus animales totémicos), todo bajo la tutela de la excéntrica abuela del primero, la reportera del International Geographic, Kate Cold.

Más allá de que cada episodio tiene reminiscencias del anterior (hasta llegar a un intrincado summum en el último), el sentido primario de cada uno pasa por lo siguiente: un viaje que Kate tiene que realizar a lejanos puntos del globo en pos de reflejar para la famosa revista curiosas perlitas (todas ellas con un indisimulable halo fantástico) del mundo moderno y la noción de justicia que Alexander y Nadia (en conjunto) desarrollan al presentarse el obstáculo que se propone un daño irreparable a algunos seres (llámense indígenas, pigmeos o un tranquilo pueblo tibetano que no jode a nadie). Las diferencias pasan porque en el primero Alex es prácticamente obligado a viajar con su abuela y en pleno Amazonas conoce a Nadia, mientras que en segundo y tercero ya es evidente que ambos no podrán separarse y es Kate quien los invita (en el segundo lo sorprende a Alex en pleno aeropuerto con la repentina aparición de Nadia y su omnipresente mono Borobá), pese a sus constantes quejas producto de los "problemas" que ambos le generan en esos recorridos.

En la primera parte, se trata de salvaguardar el destino de un ecosistema anclado en una prehistoria cuasi mitológica, al tiempo que preservar la vida y las costumbres de "la gente de la neblina", amenazada por intereses inmobiliarios, que no han dudado en propagar pestes para disponer de los diversos terrenos. Allí, Alexander descubre que puede transformarse en Jaguar mientras que Nadia - capaz de comunicarse con toda la fauna existente - adopta la figura de un Águila. Ellos se verán inmersos en el micromundo de ese grupo de indígenas y sus nuevos poderes los habilitarán a conseguir los objetivos deseados, al tiempo que desenmascaran a sus enemigos (que, por supuesto, tienen una vuelta de tuerca respecto a lo pensado inicialmente).

La segunda parte, quizás la que a este escriba más le gustó, se desenvuelve en el medio de las montañas del Himalaya y aquí alguien muy poderoso, denominado "El Coleccionista" (o el segundo hombre más rico del mundo), desea obtener un preciado objeto (el dragón de oro), el cual le posibilitaría, tras una serie de enigmáticos pasos, develar el futuro. Para eso contrata a "El Especialista", el único con la capacidad de responder a los diversos pedidos que su cartera de clientes le solicita a menudo. Esa reliquia se encuentra, valga la redundancia, en el Reino del Dragón de Oro, una apacible comarca que se ha mantenido sanamente aislada del resto del mundo y en donde el concepto de "conflicto" está abrumadoramente ausente. Consecuentemente son los extranjeros (los buenos y los malos) los que traerán los inconvenientes. Un secuestro distractivo, una mujer embaucadora y cautivante, un príncipe que se prepara arduamente para rey, un sabio maestro lama, unos "monstruos" intitulados yetis y la indudable astucia (y amor por el peligro) de Alexander y Nadia configurarán el episodio.

En la tercera y última parte nos trasladamos al continente africano (y dentro del mismo, al paraje más recóndito). Un dictador monstruoso y feroz, un pueblo sometido (los pigmeos), mucha brujería dando vueltas, espíritus que sobrevuelan permanentemente la trama y el frecuente uso del poder de la invisibilidad que tiene Nadia, cuya puesta en acción es el caballito de batalla que inicia la desarticulación del plan que enarbolan los malos. Siempre Alexander seguirá los pasos de su amiga, la primera en darse cuenta que algo está mal y que ellos son capaces de mejorarlo.

En resumen, es un libro pasatista (o tres, según como se lo mire), de ésos que te pueden acompañar muy bien unas vacaciones en la playa y que te los devorás, pese a su longitud (más de 800 páginas en la edición que tuve en mis manos). Experimenté una cierta trabazón en el primero (falta de esa acción que uno espera en este estilo literario) que me detuvo su lectura un buen rato, pero luego pude retomarlo sin fisuras - con un muy buen balance en el segundo - hasta el final. No será literatura de alta gama para algunos (¿qué es eso?), cae en ciertas repeticiones a veces innecesarias, algún que otro cliché, exageradas moralejas, pero cumple un requisito fundamental: cuando le agarraste el ritmo, no lo podés abandonar. Y leer ficción no debe ser un ejercicio de sufrimiento.

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