viernes, 14 de enero de 2011

Travesuras de la niña mala




Dos grandes personajes. Uno de ellos, con una vida normal, estructurada, rutinaria. Pero en el lugar en el que siempre quiso habitar: París. Un trabajo de intérprete que le reporta la exclusiva satisfacción de viajar x el mundo a diversas conferencias o congresos que organismos regionales o mundiales llevan a cabo con diferentes objetivos. El otro, un ser cambiante, que va mutando de identidad al compás de sus irrefrenables ambiciones de poder y dinero. Un hombre y una mujer. Un niño bueno y una niña mala.
Se van a ir cruzando, en lo que constituye una inexplicable pero poderosa historia de amor. Inexplicable, porque en cuestiones sentimentales el hombre (y no es una definición de género) es capaz de tropezar mucho más de una vez con la misma piedra. Poderosa, porque hay un magnetismo difícil de desentrañar en la atracción entre los dos protagonistas. Incluso habrá sorpresas de uno hacia otro que nos conmoverán mágicamente.
De fondo, la excelente radiografía, no abusiva, de algunos de los contextos sociales en que Ricardo y la niña mala se van cruzando. Ciudades cosmopolitas y tiempos (cada vez más) modernos que van exhibiendo persistentes modificaciones según las épocas. Y la historia de ambos, que se va enredando en ese mundo complejo, lleno de avatares y desavenencias, pero también de grandes posibilidades de encontrarse, de conectar uno con otro.
Quizás el punto más flojo reside, hasta un determinado momento, en cierto grado de repetitividad en la que incurre Vargas Llosa, a mi entender, lo cual vuelve medio denso el relato y sólo los que sabemos que “los libros se terminan sí o sí” apostamos a su continuidad con expectativa. En otras cuestiones, el peruano se muestra impecable como casi siempre, aún sin ser, ni por asomo, su mejor novela.
Lo que sorprende: la descripción minuciosa de las situaciones fogosas y otras que, aún poniendo de plano lo sexual, no lo son tanto, sino que más bien representan un tipo de violencia perversa. 

Puntaje: 7,50.

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