jueves, 18 de noviembre de 2010

Clase política

Hace ya casi 9 años el grito de "que se vayan todos" recorría las calles porteñas y del resto del país. La clase política había llegado a su punto más bajo en la valoración colectiva tras 18 calendarios de democracia que, si bien tuvieron algunos hitos destacables (juicio a las Juntas, ley de divorcio, fin del servicio militar obligatorio), se destacaron principalmente por decepcionar de manera profunda y constante las expectativas ciudadanas. Obediencia Debida, Punto Final, Indultos, Privatizaciones vergonzantes, Pacto de Olivos, Desempleo creciente, Pobreza extrema, Impunidad, Maldita Policía, 13% menos para los jubilados, Corralito y siguen las firmas.  Todos esos puntos, generados bajo un trasfondo de corrupción galopante y acuerdos espureos que llevaron a un abismo insondable el tipo de representatividad establecida durante tanto tiempo. El contrato implícito entre representantes y representados, tal como estaba concebido, se resquebrajó. La política se volvió mala palabra.
La recomposición institucional exhibida desde 2003 vino a clausurar, de algún modo, ese feroz cuestionamiento que se había traducido en algunas experiencias alternativas al poder dominante: asambleas y movimiento piquetero en auge y visibilizado (por lo menos hasta la masacre del Puente Pueyrredón). No se estuvo cerca de la revolución, pero el sistema político tembló como nunca antes. Sin embargo, no se fue nadie. Hubo algún atisbo de que los dinosaurios desaparecieran y un recambio de caras (aunque fundamentalmente de políticas; para muestra basta un Macri) renovara el panorama, pero finalmente los viejos carcamanes se reciclaron y hoy siguen dando vueltas por congresos, te-enes y algún que otro puesto ejecutivo no menor. Por supuesto, "notodoeslomismo", eso está claro. Sólo apuntamos un rasgo general, muy en el aire, que nos ayuda a entender el presente.
La convulsión generada alrededor del (no) debate x el Presupuesto 2011 dejó en claro que gran parte de la clase política sigue tan degradada como entonces. Lo de Camaño sólo fue una muestra extrema de esa degradación, pero los ejemplos sobran. No asustan los chanchuyos (que los hay, los hay, independientemente de Lilitas deplorables), sí la escasa capacidad para argumentar posiciones en temas centrales o la obsesión por salir en los medios para mostrar los dientes superestructuralmente, dado que el ciudadano común la ve pasar por al lado muchas veces (salvo en cuestiones que lo afectan de modo directo, tal una AUH o una estatización de AFJP, por ejemplo), ninguneando lo que debe ningunear, más allá de lo que la tele le diga de manera constante.
El sistema hoy no tiembla como entonces. No es de descartar que vuelva a hacerlo, pero los tiempos han cambiado, al igual que el clima político. Sin embargo, los resabios de esa vieja política que se denunciaba desde muchas vertientes siguen intactos. No se trata de kirchnerismo o anti-kirchnerismo. Se trata de modos y lógicas que no se destierran de un día para el otro y que, incluso, insisten en arraigarse aún más firmemente. Nunca es triste la verdad. Pero sabemos que tiene remedio (lento, pero remedio al fin). Algún día se van a ir yendo. Aunque esta vez no habría que pedírselos, sino hacerlo.

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