lunes, 27 de junio de 2011

El vacío


Quería estallar en un grito de alegría, pero los incidentes y las caritas de los jugadores de River me arrastraron hacia un momento piadoso. Había corrido enloquecido por mi casa con el gol de Farré, festejé a pleno el penal que Olave le atajó a Pavone, pero me sentía tan lleno en ese final, tan shockeado al mismo tiempo por "eso que nunca iba a pasar", que sólo pude atinar a sentir sincera pena por ese puñado de pibes (y algunos pocos grandes) que pusieron el cuerpo por una institución devastada y por la enorme multitud que exponía sus lágrimas a las morbosas cámaras de televisión.

No puedo negar que estoy contento. El sábado, antes de la hecatombe, un amigo riverplatense me decía que un descenso de Boca valía más que una Libertadores. Lo frené en seco: "que una Libertadores ni en pedo, que un campeonato local seguramente". Claro, ellos no tienen tantas por eso conocen poco lo que significa semejante trofeo. Pero más allá de la hipocresía de los famosos y el cassette de los rivales en el verde césped, el hincha común xeneize (y de gran parte de los equipos del país) quería que River se vaya a la B. Al revés, tal como el comentario que señalo, hubiera sucedido lo mismo.

Sin embargo, como siempre sucede, la sensación de saciedad deja lugar al vacío. Digamos que se acabó la joda, más allá de que la cargada será eterna. Pero se terminaron la tensión, los nervios, las especulaciones. El hecho se consumó. Y ahora qué?

Y ahora saber que cuando sorteen el fixture, no van a estar ellos, ese partido que sobre todo en los 90 (donde ganaban campeonatos con mucha frecuencia) me importó tremendamente ya que habitualmente nos salvaba el año. Todavía cuesta caer en la veracidad del hecho. Aunque el goce sea infinito, los voy a extrañar. Por eso les pido que no tarden tanto en volver. Una temporada en el infierno será suficiente.


martes, 14 de junio de 2011

Si me queres, quereme transa


Fascinante es el primer adjetivo con el que me es posible asociar "Si me queres, quereme transa", la novela del periodista y escritor chileno Cristian Alarcón. Llegué a esta investigación periodística luego de que una tarde gris de Marzo decidí comprar "Cuando me muera, quiero que me toquen cumbia", otro enorme escrito del mismo autor. "Cuando me muera..." lo agarró mi compañera y se lo devoró, tal es así que su fervor literario la llevó a la búsqueda y al encuentro del libro que aquí reseñaré (próximamente vendrá el otro, también leído).

Alarcón se propone explorar una parte del vasto mundo narco a través de una serie de historias - de manera central la de Alcira, EL personaje a seguir - que se entrecruzan, en el marco de una ligazón geográfica que conecta fundamentalmente dos países hermanos de Latinoamérica: Perú y Argentina. Con mayor precisión, ciertos reductos rurales de la nación andina, suburbios de Lima y el sur de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

La villa en la que se introduce Alarcón - aunque puede aplicar a otras - tiene sus códigos y sus zonas. Clanes familiares, en su gran mayoría de origen peruano, se reparten el control del territorio. En ocasiones la convivencia es pacífica y armónica. Nadie avanza un paso si el otro no lo permite. Habitualmente ese otro no lo permite. Pero cualquier altercado, por mínimo que parezca, puede modificar la estructura. Y allí se producen episodios de violencia, donde la sangre es sólo un elemento que posibilita el acceso a más poder y a una porción mayor de una torta muy grande.

"La envidia es uno de esos sentimientos que nadie puede disimular". Con esa frase letal que ahonda en el corazón de la especie humana, la investigación apunta a un núcleo sustancial: cuanto más poder se acumula, más enemigos se generan. Si el poder se compone de elementos que lo hagan durable y legítimo, el enemigo no podrá actuar sin ser derrotado. Cuando el poder sufre un tropezón, el enemigo se lanza como un tigre dispuesto a despedazar a su rica presa. Les pasa a los peces gordos principalmente, pero los "minoristas" (aunque en ningún momento asistimos a la visualización de un negocio gigante al estilo México o Colombia) también se enfrentan en sus deseos por acceder a las grandes ligas.

Sin embargo, quienes mandan tienen lo suyo. El liderazgo se gana y se reproduce con actos que en el largo plazo configuran mitos, como será por ejemplo el del Frente Vital en "Cuando me muera...". Alarcón no nos deja dudas al respecto cuando señala que "la leyenda no sólo se construye con la exageración y la mentira, sino también con ciertos tópicos como la compasión del líder ante las miserias de sus dominados, y al mismo tiempo su costado oscuro de matón que debe destacar su mayúscula crueldad: en el mismo hombre, las virtudes y los defectos extremos del ser humano". No se trata de un nombre determinado, sino de un modo prefigurado al que las características personales deben adaptarse para sobrevivir y trascender.

El poder, los líderes y las disputas a muerte no son el único escenario que nos muestra el muy buen escritor chileno. La villa también es alegría, es diversión, es una divina mezcla de culturas cuyos rituales se celebran alternada y/o combinadamente. La increíble procesión que adora al Cristo Negro - y que luego terminará en tragedia - es un ejemplo paradigmático de ese sentido festivo que los peruanos, esencialmente, ejercen a lo largo y a lo ancho de su extendida diáspora: "El mundo andino es una cultura de fiesta en el que la música es tocada por su gente como un tributo al trabajo y a lo sagrado, en el que la devoción es hacia el santo patrono de turno, pero también hacia los cerros, el cóndor, las lagunas, la nieve, el sol".

Con un estilo de reminiscencias walshianas y que se involucra hasta el hueso en muchos casos (el ejemplo de Alcira y el pedido para que sea el padrino de uno de sus hijos es una tierna muestra de ello), Alarcón nos regala una "non-fiction" de alto nivel cuyo mensaje va más allá de las historias concretas que van surgiendo en el transcurrir de las páginas: la idea de que la investigación es inescindible de un ejercicio periodístico honesto y "contador de mundos", sobre todo aquellos que habitualmente están signados por la estigmatización y los lugares comunes.